El arte es un pulso del alma que se traduce en color, en gesto, en silencio. Cada trazo es una confesión que busca resonar en quien mira, un puente invisible entre emociones que se reconocen. La obra vibra como un eco de lo humano, invitando a sentir antes que a entender. Así también viajan las ideas: se deslizan de mente en mente, transformándose, respirando nuevas formas. Incluso en los extremos más distantes late una misma raíz: el deseo de ser escuchados, de dejar huella en la mirada del otro.
Este cuadro es un viaje atrás, de figuras hieráticas, una danza de contrastes más transparentes que mi sombra, a veces complementándose, otras veces se rechazan,
como máscaras en un carnaval sin fin.
Este cuadro es un juego, a redescubrir el retrato sin mirada, donde la figura puede ser invasiva, neutra, sumisa o todo al mismo tiempo, y el dibujo vuelve a tomar la delantera, el color está por llegar.