Jesus Tejedor

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Los Cautivos

Los Cautivos. Cartografía de la forma y la sombra En el umbral donde la materia aún no ha reclamado su peso, Los Cautivos se despliegan como visiones suspendidas. Son dibujos preparatorios, sí, pero también presencias latentes: cuerpos de trazo negro y grises contenidos, anclados a la geometría obstinada del hexágono, como si el mundo sólo pudiera sostenerse en ese rigor secreto. De sus extremidades, manos y pies que se alargan como hilos tensos, se teje una red invisible. No es sólo atadura, e1 Los Cautivos. Cartografía de la forma y la sombra
En el umbral donde la materia aún no ha reclamado su peso, Los Cautivos se despliegan como visiones suspendidas. Son dibujos preparatorios, sí, pero también presencias latentes: cuerpos de trazo negro y grises contenidos, anclados a la geometría obstinada del hexágono, como si el mundo sólo pudiera sostenerse en ese rigor secreto.
De sus extremidades, manos y pies que se alargan como hilos tensos, se teje una red invisible. No es sólo atadura, es también vínculo. La memoria de Lévinas murmura aquí: el otro como espejo y frontera, como promesa y cautiverio.
La mirada se extravía en perspectivas que no obedecen a la lógica. Las sombras, proyectadas en suelos y paredes, ocupan un lugar de privilegio, como si la obra misma cediera el protagonismo a su doble efímero. Platón podría reconocerse en esta escena: no hay acceso directo a la verdad, sólo a su reflejo. Pero el artista no pretende redimirnos de la caverna; nos invita a habitarla con conciencia.
En su vocación futura, Los Cautivos reclaman la dureza del bronce o el hierro forjado. Sin embargo, hoy se afirman en una contradicción fecunda: la levedad del trazo frente a la promesa del peso. Como en los Prigioni de Miguel Ángel, la figura parece surgir a medias, pero aquí la prisión no es la piedra, sino el espacio ilusorio que ella misma genera.
Las formas se estiran, se adelgazan, se dejan corromper por el ángulo de la mirada, y en ese gesto hay algo de Giacometti, de su lucha por atrapar la presencia humana en una verticalidad desamparada. También hay un eco de De Chirico: la perspectiva alterada, el vacío que rodea, la tensión entre lo reconocible y lo ajeno.
Más que un conjunto de obras en espera, este proyecto es un estado de tránsito. Lo que Paul Virilio llamaría “estética de la desaparición” se materializa aquí: lo que no está del todo, pero ya altera lo que vemos.
Contemplar Los Cautivos es aceptar un juego de fuerzas opuestas: lo sólido y lo quebradizo, lo visible y lo oculto, la materia y la idea. En su fase virtual, ya ejercen un peso que no se mide en kilogramos, sino en densidad de pensamiento. Cuando en algún momento alcancen el metal, será apenas otra forma de prisión: una más visible, tal vez más hermosa, pero no menos inexorable.
Porque toda forma encierra. Toda sombra engaña. Y toda mirada, por lúcida que sea, permanece cautiva.

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